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Navidad, época de reencuentro, de juntarse toda la familia, la felicidad inunda todos los hogares... Bonito, ¿verdad?
Sin embargo me siento parte de esa minoría que detesta la Navidad. No se hace más que comer y gastar. Comer-gastar, comer-gastar. O para los que lo prefieran al revés, gastar-comer, gastar-comer. Todo, absolutamente todo en estas fechas se reduce a los 2 verbos anteriormente citados. Que bonito es reunirse con la familia, eso sí, que no falten kilos y kilos de comida en la mesa, mas otros tantos debajo de los árboles de Navidad, porque, claro, ¡que sería de la Navidad sin regalos! Y no nos olvidemos de esa gran noche, sí, me refiero a Nochevieja: que si cotillones millonarios, vestido, zapatos, maquillaje, peluquería...porque, "osea, hello, como voy a repetir el modelito del año pasado!?". Discotecas, peluquerías y tiendas de ropa se frotan las manos cada vez que se acerca fin de año. Por no hablar de jugueterias, supermercados, pescaderías, carnicerías y demás.
Cada vez que critico la Navidad por ser época de hipocresía y consumismo hay quien me salta: "Lo importante de la Navidad no es solo eso, sino estar con la familia". Y yo pregunto, ¿a que nadie esta dispuesto a pasar una nochebuena en familia ante unos huevos fritos con patatas y sin regalos? (hablando de adultos, no les quitemos a los niños la ilusión de que vengan el Olentzero o los Reyes Magos).
Soy de los que piensan que si una familia quiere reunirse, lo puede hacer cuando le de la realisima gana. ¿Por qué necesitamos que nos impongan una fecha? Al iguan que San Valentín o los días del padre y la madre. ¿Se quiere mas a la pareja el 14 de febrero? ¿Quiero mas a mis padres un 19 de marzo o el primer domingo de mayo? El día a día lo demuestra todo.